malos tiempos para la lírica - ana vila & jaime rodríguez a partir de apeiron y VV.AA.

intervención verbal- textual + creación de una instalación
reciclaje de piezas (instalación "alfa" de todo sigue intacto) + piezas recicladas por el público asistente
medidas variables
2006

Ana Vila leyendo el texto un momento en la intervención con el público asistente


resultado de la intervención - obra realizada por el público:


Malos tiempos para la lírica
(Texto para una acción plástico-verbal)
19h - 29-x-2006

El título de esta acción, como quizá alguien se haya percatado de ello, está plagiado de una canción que el grupo Golpes bajos cantaba allá por los años 80. Para los que no la conozcan, para los que les gustaba, y para los que se habían olvidado de la letra, decía algo así: E l azul del mar inunda mis ojos /el aroma de las flores me envuelve. /Contra las rocas se estrellan mis enojos/y así toda esperanza me devuelven. Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. Las ratas corren por la penumbra del callejón. /tu madre baja con el cesto y saluda. /Seguro que ha acabado tu jersey de cottón. /puedes esbozar una sonrisa blanca y pura. Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. /Malos tiempos para la lírica. Seguro que algún, día cansado y aburrido/ compartirás con alguien nuevo amanecer, /Trabajo de banquero bien retribuido/ tu madre con anteojos volverá a tejer. Y terminaba con el estribillo “ Malos tiempos para la lírica” que se repetía otras cuatro veces.

Me gustaba, y me sigue gustando, hoy mucho mas que entonces, esa forma de hilvanar mensajes, quizá recuerdos…que le dan a los versos un aspecto totalmente surrealista. Y de fondo el estribillo repitiendo mil veces que “son malos tiempos para la lírica”.

Ahora y siempre son malos tiempos para la lírica. La lírica nunca cotizará en bolsa. Por suerte. Al menos cuando todo esté contaminado por el pegajoso fluido “de la optimización de los recursos económicos” de “los buenos momentos de mercado”, incluso de “opas hostiles” la lírica seguirá exhalando un aroma limpio y puro como El aroma de las flores que hace mas de veinte años envolvía a German Copini, mientras el azul del mar inundaba sus ojos.

Dicen, los que saben de física, que las palabras, los sonidos, nunca desaparecen. Que se van al éter y allí quedan para siempre. A mí me encanta. Me parece maravilloso que halla un lugar en el que se encuentren todas las palabras y sonidos que se hayan pronunciado y producido desde el principio de los tiempos. Y aunque el éter sea un espacio un tanto confuso y disperso, seguro que algún día se inventa una máquina para capturar palabras o música, y recoger lo que dijo Fulanito, o la música que componía Menganito, o la que interpretaba aquel Fabuloso Concertista de no se cual instrumento.

Con las vivencias pasa lo mismo. Quedan atrapadas en el tiempo y, a veces, pesan tanto que se caen. O bien tropiezan unas con otras y también se caen sobres las cosas, y durante un fragmento de tiempo mínimo las vemos, pero como es tan pequeño el instante, no nos damos cuenta y por eso creemos que son recuerdos. Las vivencias, cuando caen, a lo que mas les gusta pegarse es a los fragmentos de cosas. A mí me gusta recoger fragmentos. De conchas, de papeles, de hojas…Antes, pensaba que era una manía, una forman precoz del “síndrome de Diógenes”. A veces, hasta me preocupaba. Porque cuando recogía el taller nunca conseguía tirar los materiales que quedaban fuera de uso. En vez de a la papelera los llevaba a las cajas de “todo vale”. Allí pasaban un tiempo indeterminado, hasta que alguna vivencia se adhiere a un fragmento de papel, a un trozo-de-un-fragmento-de-un-sobrante, de una estampa, a un trocito de hilo, a un resto de tarlatana, a una prueba de color…En ese momento en que yo ni me daba cuenta de que las veía, las vivencias se quedan allí, agazapadas, esperando a convertirse en un recuerdo. Y quizá, si había suerte, llegasen a formar parte de un collage, de una pintura, de una estampa. Y así, siempre que miro el cuadro, la estampa, me viene a la memoria el mismo recuerdo.

Por eso me di cuenta de que las vivencias se adherían a los fragmentos de las cosas.

Ahora, también se como llamarlas. Como conseguir que se caigan, que se enreden en las cosas. Basta ponerles un montón de residuos: trozos de papel, una hoja seca de un árbol, quizá algún que otro fragmento de color, un poco de lo que va sobrando…No tardaran en caer, las vivencias antiguas siempre están mirando lo que se hace y porqué lo haces. Siempre revoloteando alrededor buscando su dueño. Y es que si uno no se da cuenta de ellas, si pasa mucho tiempo sin que su antiguo poseedor las “vea” (las recuerde), pueden caerles otras vivencias que no conocemos encima, o bien las nuestras se vallan al éter, hasta un lugar muy lejano y remoto y comiencen a mezclarse con otras que son de gente que no conocemos, que vivió en otro tiempo… Y, si se nos aparecen, o bien nos empiezan a resultar tan confusas que pensamos que nos estamos volviendo locos, o quedamos sin recuerdos y nos sentimos tan vacíos que pensamos que no somos mas que un caparazón, un huevo sin clara y sin yema. Y eso, no es bueno, porque deja al alma triste y desconcertada.

Una persona sin recuerdos sería como un campo yermo. A veces un campo yermo exhala una forma amarga de belleza que a mi me gusta, porque me hace recordar momentos vividos. Y aunque sean tristes es bueno recordar. Pero una persona sin recuerdos es como un campo yermo que solo produce temor. Como los campos quemados por el horror de la guerra, de la venganza. Como las guerras de Bhus, de Franco. De todos los Bhus que existieron y que ¡ojalá! algún día dejen de existir y ya no quemen los campos con las bombas del horror y la desolación. Una persona sin recuerdos no es nada. Otras vivencias que no le pertenecen pueden meterse en su interior de okupas, y esto es terrible, porque acaba fatal y muy confundido. Se vuelve loco. Hay que recordar, aunque el recuerdo sea triste, amargo. No se puede perder la memoria. Si acaso, conviene perdonar, para dejar las cosa en paz. Pero nunca olvidar. Si perdemos los recuerdos seremos caparazones vacíos, conchas amontonadas al azar, casa bacías, sin calor, sin luz.

A mí me gusta recordar algunas cosas. Sobre todo me gusta recordar a las personas queridas que se van: a mi padre, a la Tata, a mi tía Pura, a Suso y Aurita, a Tino. A la Yaya que nos quiso toda su vida…Si recuerdas a las personas nunca se mueren del todo, se van al cielo. Al éter, que es donde creo que también viven los recuerdos. Un buen sitio para vivir, tan diáfano y azul. Recuerdos, música, sonidos y azul; …también podría ser blanco. Todo blanco. Menos los recuerdos que son de colores.

Los botones de las camisas son como los recuerdos de las personas que quisimos. Cuando se desgasta la tela la deshechas con pena, pero los botones se los quitas porque son bonitos y da pena tirarlos. (Quizá alguno pueda servir para algo). Yo los meto en una caja en la que debe de haber más de cien botones que pertenecieron a camisas, chaquetas, ropa de mis hijos cuando eran pequeños… Los botones son como el alma de las cosas, lo que queda cuando lo demás se gasta. Siempre que ves el botón sabes que fue de una camisa bonita, o de una prenda determinada. A veces, hasta te acuerdas de un sinfín de detalles, de lo que pasó tal o cual día que se puso aquella prenda. Los botones son como el alma de las personas. De las personas que tienen alma. Porque hay personas que viven con la cáscara vacía y cuando se van tampoco dejan recuerdos. Los que tiene alma van al cielo, al éter, y se pegan a nuestras vivencias, y se enredan entre los fragmentos de las cosas para que nunca los olvidemos. Siempre serán malos tiempos para la lírica, porque afortunadamente nunca cotizará en bolsa. Como las vivencias que se enredan en las cosas y se convierten en recuerdos.