alfonso crujera
porneros -
carpeta de 15 grabados sobre papel Gvarro Superalfa (250gr/m2)
30 x 28 cm c/u.
Taller gráfica Nielr - Editor: Antonio P. Martín
fecha de edición: 2003
Montaje expositivo: semántica 2006........
Dos folios, mil palabras
Al primer golpe de vista, Luján era como una chica Play-boy , con un desparpajo como el de una vendedora de crecepelo. Sin embargo, en ella había un matiz que la diferenciaba de la imagen mil veces vista de la rubia oxigenada y exuberante. Sabía mirar. Eso es algo que siempre he admirado en una mujer. No miento cuando digo que lo primero que miro en una mujer son sus ojos, pero no por romanticismo trasnochado, sino porque sé que en ellos puedo saber hasta dónde llegaría ella si yo diera un paso al frente.
Vestía como una chica de calendario de un mes cálido, y a mí me excita más lo que sugiere, ese aire misterioso que empuja a descubrir. Como siempre que me enfrento a una fuerza de la naturaleza así, estuve distante, un poco agresivo y por supuesto muy desagradable. Me pone de muy mala leche que una mujer piense que me tiene a su merced por el imán de un cuerpo que hace volver la vista. Y Luján, encima, tenía un rostro muy hermoso.
-Mi gracia es Luján Avellaneda –me dijo al recibirme en su despacho, con acento argentino, como si ya su nombre no fuera una seña casi evidente de su procedencia porteña.
-Vaya, otra sudamericana, rubia de bote –le dije impertinente.
-¿Qué tenés contra las sudamericanas? –dijo sin perder la sonrisa.
-Contra las sudamericanas nada, contra la artificialidad todo- la corté, acentuando mi tono agresivo-. Mejor hablamos del asunto para el que me has llamado.
-Entremos entonces directamente en materia –aceptó, mientras ponía sobre la mesa unos grabados sobre sexo explícito- Voy a editar unas carpetas del pintor Alfonso Crujera, y quiero encargarte un texto que va a ir con estos grabados que aquí ves.
Mi sorpresa fue triple: era la primera vez que veía algo de Crujera que fuese rabiosamente figurativo y los grabados estaban hechos con un realismo casi fotográfico, que yo nunca habría puesto en la autoría del artista, porque era todo lo contrario de lo que yo había visto de él. La tercera sorpresa fue su contenido erótico fronterizo al porno. Mientras ella se levantaba de su butaca y se paseaba por el despacho, yo miraba detenidamente la obra. Después de unos minutos, detuvo su paseo y se puso de cuclillas frente a donde yo estaba sentado. Me puso las manos en las rodillas, me miró a los ojos y me preguntó con voz de gatita:
-¿Te gustan? ¿Te sugieren algo?
-Sugerir, lo que se dice sugerir... yo no usaría esa palabra. Esta serie es frontal, y a mí con tanta explicitud no se me ocurre nada que escribir. Lo siento, busca a otro. Para mí el sexo es una ceremonia, no un acto mecánico. Además, nunca he abordado el género.
- Sería la primera vez. Podés escribir un relato, para vos también sería un reto parecido al del pintor, dos artistas que tienen su primera vez, hasta suena erótico.
-Es que a mí eso de llegar y besar el santo no me excita, me hace el mismo efecto que una lección de anatomía –le dije, sin dejar de mirarla, aunque no fijamente a los ojos, como hacía ella, porque la mirada se me escapaba a sus senos, apenas cubiertos por una leve camiseta de tiros, y a sus piernas separadas delante de mí, coronadas por el encaje casi transparente de unas bragas color salmón en el final de una faldita que se le subía debido la posición que había tomado.
-¿ Vos sos de los cursis que necesitás velas y champán? –disparó.
-Tampoco es eso –me defendí, sin poder dejar de mirar aquellos dos puntos que no eran sus ojos-, pero me gusta más la sensualidad que la sexualidad, o al menos la una combinada con la otra. La piel, los olores, el deseo, las caricias, el camino, y al final la meta. Todo a su tiempo.
-¡Vaya, sos otro tarado por el discurso de los años setenta! –se burló-; entonces no entiendo por qué se te ha alterado el volumen del pantalón.
-Es que... -Subió sus manos hasta mi cremallera y la abrió.
-Es que... -Cuando sacó el pene, tan rígido, me dolió.
-No me convencerás... -Lo metió en su boca y movió la lengua.
-Por favor... -Succionaba cada vez con más fuerza.
-Esto no es... -El pene se hinchaba más y más.
-¡Luján! -Su boca aceleraba irresistiblemente.
-¡Ahora no pares! -Y ella paró.
-¡Que no pares, joder!
-¡La pucha! Ya se soltó la bestia. Quiero que escribás un texto de dos folios, aproximadamente mil palabras, y que me lo traigás el lunes. Lo leeremos juntos.
-De acuerdo, pero no pares ahora, maldita –grité con angustia. Luján volvió a meterse el pene en la boca y sólo paró cuando la eyaculación más imprevista y más rápida de mi vida se derramó sobre el clinex que ella portaba.
Después se levantó, tiró el clinex a la papelera y me dijo con superioridad:
-Ya tenés tema para dos folios de sexo explícito, arrabalero, casposo y sin poesía. Las velas y el champán son cosa de vos . Ya sabés , el lunes aquí – proclamó, exigente.
-Los dos folios te los va a escribir tu... ¡adiós! –rugí mientras me cerraba la cremallera.
Humillado, di un portazo y juré por mi vida, por la literatura honesta y por mi sagrado concepto del sexo con sensualidad que aquella mujer nunca conseguiría de mí los dos folios solicitados. Y encima, Luján me ponía la zanahoria de que fuera el lunes a llevárselos a su despacho para leerlos con ella. Un novelista serio como yo no iba a dejarse chantajear con una simple felación. ¿Luján Avellaneda iba a influir en un escritor de insobornables convicciones sólo porque fuese guapísima, estuviera como un queso y la chupase como nadie? Si no es más que una chica de calendario de agosto que practica sexo urgente y mecánico de mala película porno. Y lo del clinex en la papelera, ¡dantesco! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Aunque le fallaré a mi amigo Alfonso Crujera. Y el lunes otra vez con Luján. Dos folios... Mil palabras. Y Crujera... ¡Que no!
Emilio González Déniz.
Las Palmas de Gran Canaria, marzo de 2004.