La idea dominante sobre el arte conserva la fundamental característica del arte griego clásico que es la organicidad, pero ya con la aparición del helenismo surgen nuevas orientaciones y se impone la búsqueda de otra realidad. La unidad estilística se rompe y comienza un arte complejo y original a la vez. Ya no interesan tan solo los dioses y los héroes, ya todo es digno de ser representado por feo o extraño que sea. Con Miguel Ángel los artistas abandonan la idealización aristotélica y se pegan a la realidad, a la dura lucha por vivir de los hombres y las mujeres, donde la expresividad y el movimiento romperán los cánones clásicos. Surgirá un realismo un tanto amargo, donde se prefiere el desequilibrio de los cuerpos retorcidos a la serenidad fidíaca, el dramatismo de rostros atormentados a la belleza ideal, los cuerpos se retuercen, expresarán dolor.
Porque el hombre desea, trabaja, sueña con la libertad; y odia la condición de siervo. Pero el camino es difícil, muy pocos lo consiguen, muchos protestan, otros callan y mueren, el studere, el trabajo, el duro aprendizaje diario es el camino para conseguir esa libertad.
Aunque la meta no la alcancemos nunca, es en el viaje donde forjaremos nuestro espíritu, el de un hombre libre, que aunque no llegue, aunque tenga que sufrir los latigazos del infortunio y la injusticia, se sentirá libre, no lo podrán engañar, con lisonjas ni zanahorias, el sabrá la verdad. No puede haber final sin principio y si nunca damos un paso nunca caminaremos, nunca nos perderemos ni caeremos ni seremos robados, ni heridos, ni maldeciremos , pero algún día llegaremos al final, ese momento en el que estaremos solos y sabremos lo que hemos hecho, ese día, ya noche, sabremos si fuimos libres o esclavos.
Como explicó Edgar Allan Poe en La carta robada «Los axiomas matemáticos no son axiomas de validez general. Lo que es verdad de relación (de forma y de cantidad), es a menudo grandemente falso respecto a la moral, por ejemplo. En esta última ciencia por lo general es incierto que el todo sea igual a la suma de las partes».
Wittgenstein nos enseñó que no existen los lenguajes privados, no es posible, por tanto, una obra artística privada. La creación, un acto íntimo, casi secreto, no puede dejar de ser un acto de comunicación. Siempre tiene una intención de dar vida, una catarsis en la que intentamos fijar los sentimientos y las ideas, que en un instante alumbran nuestro cerebro. Queremos atraparlas como si abriésemos los ojos en mitad de un sueño, para que no se nos escapen como “lágrimas en la lluvia”.
Me pregunto si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se ha perdido, pero no quiero pensar en ello, es demasiado doloroso: si es algo que todavía tengo, la herida estará abierta como la quilla de un barco torpedeado que se va al fondo sin remisión; en cambio si el recuerdo es algo que ya he perdido, la vida no tiene sentido. ¿Es necesario morir para volver a vivir o ese recuerdo lo que construirá será un zombi, un muerto que camina? Es mejor, por tanto, sufrir la desesperación del naufragio una y otra vez, como Prometeo encadenado, o será preferible convertirse en un en un robot.
El Rey Lear nos lo dijo:
—No te interpongas entre el dragón y su furia. Cuando la mente es libre, el cuerpo se vuelve delicado. Debemos obedecer a este tiempo triste, hablar lo que sentimos, no lo conveniente.
Frente a la actitud de los que se limitan a repetir, lo que oyen, lo que les enseñan y lo que nos dicen que veamos. Intentamos que la cultura sea algo muy diferente a un bonito escaparate, a lo que simplemente es una pátina hipócrita en la que se intenta comprar algo que no se posee, tapar con un adorno lo que se oculta.
Queremos unir pensamiento y deseo, cultura y vida en la búsqueda de la verdad (nuestra verdad) aunque ello nos haga tropezar contra el muro de una cultura oficial, pura nadería, simple decoración para alabar la estupidez de los buenos ciudadanos (súbditos en este reino de parados).
Crean una coreografía de fragmentos narrativos, de retazos de vida, un estudio sobre la comunicación y los problemas que surgen en las relaciones humanas. Mediante una puesta en escena de música, danza y teatro transforman la sala en un plató de cine donde interactúa el pasado de dos vídeos grabados con anterioridad, con el presente de la actuación rodada en directo y el futuro de su próxima proyección.
«Toda presentación, todo objeto, es un fenómeno, una exteriorización visible u objetivación de la voluntad. Ella es lo íntimo del ser, el núcleo de cada individuo e igualmente del todo. Se manifiesta en toda fuerza ciega natural y también en la conducta mediata del hombre. La diferencia que separa la fuerza ciega del proceder reflexivo proviene del distinto grado de manifestación, y no de la esencia de la voluntad que se manifiesta».- Schopenhauer
Es inútil intentar escondernos en una isla desierta, nuestro yo carece de sentido, ni tan siquiera existe sin el otro, aunque el otro sea el infierno (Sartre dixit). Ese sitio en el que despierto cada mañana, y por el que deambulo como alma en pena penando por los pecados que no cometí, por los hierros que no apliqué, por los besos que di y por las estrellas que admiré. Devorado por las llamas del odio espero consumirme y explotar como una supernova en la noche. Triste esperanza de un final para acabar el tormento inhumano de Prometeo, encadenado por ser hombre, por querer dar luz a la vida para que esta sea algo más que el cubil donde nos revolcamos. Triste sino el de vivir enjaulado esperando los latigazos del domador y la noche para que cese el hambre y cese el sentido, para que cese el dolor, aunque las noches se hacen eternas esperando que salga el día para levantarnos del lecho, en el que, en vez de descansar, muero.
«Si la belleza es susceptible de producir amor, lo sublime tiene la capacidad de crearnos inquietud y temor»
La frase de la obra de Burke sobre lo bello y lo sublime, se encuentra en medio de las ideas estéticas expuestas por Joseph Addison en Los placeres de la imaginación, donde desliga la belleza de la razón y la relaciona con la pasión, y los trabajos de Kant sobre el mismo tema. Estas teorías estéticas rompen con el tratadismo renacentista heredero de Vitruvio y de su triada: Firmitas, Utilitas y Venustas que marcan el concepto clásico de la belleza. El final de la obra de Miguel Ángel supone la ruptura con este clasicismo y la aparición del Genio, este será el hombre que busquen los románticos, un hombre, solo contra el mundo y sumergido en la creación artística como último estadio para conseguir la absoluta belleza, reflejo de Dios, de la que hablaban los Neoplatónicos. Es el final de Muerte en Venecia como ejemplo arrebatado, de la búsqueda de la belleza por el hombre.
Del concepto de lo sublime como algo que nos produce malestar y horror, nacen los grandes monstruos románticos: Drácula, Frankenstein, mister Hide, y las terribles pinturas negras de Goya y las "sublimes" composiciones finales de Beethoven.
¿La belleza, el amor, tienen algo que ver con el deseo? Desnudo en la soledad ¿que espero?, ¿la muerte, o el amanecer? El hombre sigue vivo por el deseo de estar vivo, por la ilusión de vivir. La amenaza de la muerte no nos incomoda, sólo la mala vida nos da la muerte. El genio (Miguel Ángel), dibuja para su amor, crea poemas eternos en los que describe el ansia, la imposible realización de los sueños, la decrepitud del cuerpo y la sublimación del amor en obra de arte: «Mi amiga es la melancolía, mi reposo el tormento».
Juan Carlos Suárez
Morder la realidad
Jaime Luis Martín
En diciembre de 2008, el grupo activista ruso Vaina simuló el ahorcamiento de tres trabajadores asiáticos ilegales, de un gay y de una lesbiana, en un supermercado de la cadena Auchan para denunciar la política xenófoba de Yuri Luzhkov, alcalde de Moscú. Y más recientemente, como co-comisarios de la 7ª Bienal de Berlín, declararon que “todo artista que no cultive una posición política es tan sólo un decorador”, una expresión que trataba de romper la necesidad de influir en la realidad. Cuando la globalización enseña su cara más amarga y empobrecedora y el capital recorre el mundo como un fantasma sin rostro, desmaterializado, extremadamente violento, engreído y dispuesto a desposeernos de cualquier derecho, arrebatarnos los escasos reductos democráticos que nos quedaban y reducir lo público a una fantasía abocada a convertirse en parque temático, resulta imprescindible la apuesta por una estética de la resistencia, por un arte que transforme la mirada y abandone entornos decorativos, sumergiéndose en la reflexión y el conflicto, reivindicando aquello de lo que se avergüenzan o para lo que se encuentran incapacitados muchos políticos: la actividad política. En una viñeta de “El Roto”, un personaje sonriente alarga la mano para saludar al otro, un ciudadano anónimo que sentencia: “el candidato me saludo efusivamente pero lo miré a los ojos y vi que no estaba allí”. Esta distancia, alejamiento, ha terminado en vaciamiento.
Pero, ¿realmente existe alguna práctica artística que no conduzca a la complicidad con el poder? ¿resulta creíble una resistencia sin enfrentamiento con el mercado? y ¿no sigue el arte político teniendo muy mala fama como en 1970 indicaba Margaret Harrison? Aunque estas prácticas culturales combativas hunden sus raíces en los años sesenta cuando la eclosión de los movimientos por los Derechos Civiles, las revueltas juveniles y contraculturales cuestionaron la autoridad y el poder establecido. Los colectivos artísticos surgidos en aquella década como Art Workers Collection (AWC) se involucraron en la denuncia de la guerra de Vietnam y en estrategias feministas, para ya en las décadas siguientes incluir otros temas como la colonización, el imperialismo, la política racial, el medioambiente, el SIDA, la identidad y el multiculturalismo. Todo ello desembocó en la Bienal del Whitney de 1993 – comisariada por Thelma Golden, John Hanhardt, Lisa Phillips y Elizabeth Sussman- que abrió sus puertas al compromiso político y social, promoviendo, con coraje y determinación, un discurso político que prevalecía sobre otras lecturas estéticas más abstraídas.
En la Documenta X (1.997), Catherine David recuperó la voz crítica del arte, separado de su contexto sociopolítico por una creciente mercantilización, con obras que desactivaban la utilización del arte para el consumo y el turismo cultural y lo rearmaban como un caudal de representaciones simbólicas que escapaban al dominio de lo económico. En todo caso se trataría de sustituir un arte vacío y vaciado de contenidos por estrategias de politización concretas. Y Okwui Enwezor planteaba en una de las cuatro plataformas que configuraron la Documenta XI (2002) el tema de la “Democracia No Realizada”, un foro que exploraba el desmantelamiento de los sistemas democráticos por las presiones del capitalismo global que pone el acento en las políticas liberales y en los derechos individuales frente a los colectivos, al tiempo que desecha al no consumidor: marginados, refugiados políticos e indocumentados.
El fatalismo del arte en su acercamiento a la política resulta, como señala Gerardo Mosquera, como consecuencia de la búsqueda de su legitimación en los canales tradicionales. Pero ello no es óbice para que otros proyectos escapen a este destino, bien por su posicionamiento en entornos críticos de representación social, bien por su trabajo en la esfera pública, definida por Hanah Arendt, como un espacio de aparición, de visibilidad, o por reformular lo público fuera de las formas tradicionales de producción y distribución. En este último caso podríamos encontrar proyectos como Technologies To The People (TTTP) una empresa ficticia creada en 1996 por Daniel G. Andujar para desarrollar entornos críticos en la Red o el colectivo Critical Art Esemble que en sus inicios participó en sabotajes electrónicos y actualmente trabaja en recursos biotecnológicos y su uso con fines políticos.
Manuel Borja Villel, director del museo Reina Sofía, en unas declaraciones a Artforum sitúa entre los diez acontecimientos culturales más importantes del año 2.011 al movimiento de 15-M al apreciar el modo en que los indignados “propusieron nuevas formas de institucionalidad y replantearon la tradicional división entre privado y público, promoviendo en su lugar la noción de lo común”. Y el escritor y crítico Paul Ardenne, ha definido esta mirada a lo real en el arte contemporáneo como un «arte contextual» (Un arte contextual. Murcia,Cendeac,2006) y considera que el artista se convierte en un actor implicado en la problemática social que ha dado la espalda al arte por el arte y se encuentra ligado y comprometido con la realidad bruta.
Jaime Rodríguez, comisario de la exposición “El pretexto como contexto”, consciente de que las instituciones culturales se enfrentan a la paradoja de existir como espacio material pero con contenidos difusos, cuando no espurios, contempla la necesidad de un ejercicio de redefinición y reflexión. “Tal vez -señala- involucrándonos en la transformación y reclamando espacios en los que convencionalmente hemos participado. El arte tiene ahí una función también política que requiere de posicionamientos éticos evidentes”. En este sentido la muestra se estructura en cinco apartados: el contexto presencial y performativo (Mind Revolution, Tamara Norniella y Mariate García), el contexto lingüístico y pictórico (Juan Carlos Suárez y Nacho Suárez), el contexto del Hight Tech y Low Tech (Alberto Valverde y Sonia del Corro), el contexto de lo irrepetible (César Naves, María Pérez Gil, Jaime Rodríguez Y Sofía Santaclara) y, por último, el contexto interactivo (María Castellanos, Lucia Morandeira Novo y Laura Fernández Patiño) que intenta una aproximación a lo contemporáneo. Y si bien, éste es un posible recorrido, no cabe duda de que nos enfrentamos a unas prácticas artísticas que pueden describirse como colaborativas, en el sentido de que el artista abandona el principio de su autonomía creativa para negociar en diversas situaciones y con diferentes actores, articulando un nuevo relato social y político.
Y hoy más que nunca tenemos que tener claro que el arte no puede convertirse en una abstracción en busca de la belleza, merodear alrededor de juegos florales o geométricos y entretenerse con los fuegos de artificio, que podrán satisfacer al mercado pero lo volverán de una mudez insoportable. El arte tiene que morder la realidad, responder a la complejidad de una sociedad que demanda respuestas, pero también, preguntas, atender a las preocupaciones sociales, comprometer la imaginación en la construcción de otro mundo y acompañar a quienes gritan que “si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”. |